Tomás y Lucía son vecinos y amigos. Un día llega a su edificio un señor muy raro, Lucarda. No habla con nadie, es muy tétrico, con su mirada parece que lee los pensamientos y además descubren que su nombre es un anagrama de Drácula. Advierten a Camila, una vecina que le gusta mucho a Tomás, para que esté prevenida si éste la ataca. Camila les dice que no se preocupen por el señor Lucarda, que es inofensivo. Al final resulta que este misterioso vecino es un descendiente de Drácula, pero no es un vampiro. Es un cazavampiros y Camila, una vampiresa. Pero no es una vampiresa normal, es buena. Se alimenta de sangre humana, pero sin matar a nadie y haciendo el menor daño posible. Como ellos son sus amigos, jamás les hará nada. Ahora que se ha aclarado la situación, todos están más tranquilos. Camila va a dormir con unos familiares en una cripta del cementerio. Y el señor Lucarda se da cuenta de que no todos los vampiros son iguales.